¡Vivan siempre el descanso y la paz!
- Kiara Morales
- 23 may
- 3 Min. de lectura

En una escuela primaria, el profesor le pregunta a un estudiante:
—Describe a tu mamá en una palabra.
El niño duda por unos segundos y responde:
—Cansada.
Vivimos en una sociedad agotada. Trabajamos muchas horas para generar ingresos, llegar a fin de mes y cubrir lo necesario... y lo innecesario también.
Estamos física y mentalmente al límite. Esto se vuelve aún más evidente en el caso de las mujeres, que según diversos estudios realizamos el doble del trabajo no remunerado en el hogar que los hombres, y que en promedio ganamos un 15 % menos por el mismo esfuerzo que nuestros pares masculinos.
Hoy transitamos la llamada Cuarta Revolución Industrial, marcada por la integración de tecnologías digitales y la automatización. Asistimos a avances increíbles, como la inteligencia artificial, que sustituye tareas humanas o las realiza en mucho menos tiempo. Sin embargo, pareciera que la IA está avanzando en la dirección equivocada.
Como dice Joanna Maciejewska: “Quiero que la IA me lave la ropa y los platos para poder dedicarme al arte y a la escritura, no que la IA haga el arte y la escritura para que yo lave la ropa y los platos”. Es decir, que la tecnología no nos quite lo que nos hace profundamente humanos, ni nos robe el gozo.
Además, está la paradoja de Jevons: cuando una tecnología mejora la eficiencia en el uso de un recurso, lejos de reducir su consumo, muchas veces lo incrementa. Si una persona puede hacer 100 tortillas por hora, y una máquina las hace en media, no se produce lo necesario: se duplican las tortillas y se venden las 200. No se ahorra energía, materiales ni tiempo; simplemente se produce y consume más.
Reordenar las prioridades
Si queremos cambiar el mundo para bien, debemos empezar por cambiar nuestra relación con el trabajo. Serge Latouche, pionero del pensamiento del decrecimiento, propone una sociedad que produzca y consuma menos como única vía para frenar el deterioro ambiental que amenaza nuestro futuro.
Se trata de replantear nuestras prioridades. Latouche afirma que deberíamos trabajar menos para ganar más, porque cuanto más se trabaja, menos se gana. Así funciona el mercado: si hay más oferta de trabajo que demanda, los salarios bajan. Por eso, aunque suene disruptivo, lo que necesitamos es trabajar menos horas para que haya trabajo para todas las personas, y sobre todo, para que vivamos mejor.
El decrecimiento propone reevaluar el sentido del trabajo, no solo como medio de ingresos, sino como espacio para la creatividad, el desarrollo personal y el aporte a la comunidad. La meta: liberarnos de la dependencia del sistema de consumo.
Trabajar menos, para que trabajemos todas y todos. Trabajar menos, para tener más tiempo para cuidarnos, para cuidar lo que amamos y para tejer comunidad. Para conocer a nuestras vecinas y vecinos. Para hacernos más fuertes y resilientes frente a los desafíos que ya asoman en el horizonte.
El querido Pepe Mujica, quien acaba de partir, lo decía con claridad: “Para vivir hay que tener libertad. Para tener libertad, hay que tener tiempo”. Y también: “El resultado del trabajo y cómo se distribuye el fruto del trabajo es la política social más importante que puede tener un país. No es la única, pero sí la madre de todas las políticas sociales”.
¿Y si fuéramos la primera sociedad que deja de alimentar el culto al trabajo, a la productividad, al crecimiento sin fin, al consumo y al capital? ¿Y si dejamos de glorificar estar siempre ocupadas y ocupados, y en cambio celebramos la vida, las buenas relaciones, el tiempo de calidad, la creatividad, el cuido y la libertad?
Es una invitación a resignificar nuestro hermoso himno:
¡Salve, oh tierra gentil! ¡Salve, oh madre de amor!
¿También estás cansada, madre? Entonces,
Bajo el límpido azul de tu cielo,
¡vivan siempre el descanso y la paz!
Por: Karla Chaves Brenes
Secretaria de Comunicación adn
Publicado en La Nación el 22 de mayo de 2025, enlace aquí
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